Oficio de Lectura - VIERNES V SEMANA DE PASCUA 2024

El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de ayer, viernes, 3 de mayo de 2024. Otras celebraciones del día: SAN FELIPE Y SANTIAGO, APÓSTOLES .

Invitatorio

Notas

  • Si el Oficio ha de ser rezado a solas, puede decirse la siguiente oración:

    Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
  • El Invitatorio se dice como introducción a todo el conjunto de la oración cotidiana; por ello se antepone o bien al Oficio de lectura o bien a las Laudes, según se comience el día por una u otra acción litúrgica.
  • Cuando se reza individualmente, basta con decir la antífona una sola vez al inicio del salmo. Por lo tanto, no es necesario repetirla al final de cada estrofa.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

  • Salmo 94
  • Salmo 99
  • Salmo 66
  • Salmo 23

Invitación a la alabanza divina

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

(Se repite la antífona)

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

(Se repite la antífona)

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

(Se repite la antífona)

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

(Se repite la antífona)

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Alegría de los que entran en el templo

El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

(Se repite la antífona)

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

(Se repite la antífona)

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

(Se repite la antífona)

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Que todos los pueblos alaben al Señor

Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

(Se repite la antífona)

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

(Se repite la antífona)

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Entrada solemne de Dios en su templo

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

(Se repite la antífona)

—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

(Se repite la antífona)

—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

(Se repite la antífona)

—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

(Se repite la antífona)

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Se repite la antífona)

Oficio de Lectura

Notas

  • Si el Oficio de lectura se reza antes de Laudes, se empieza con el Invitatorio, como se indica al comienzo. Pero si antes se ha rezado ya alguna otra Hora del Oficio, se comienza con la invocación mostrada en este formulario.
  • Cuando el Oficio de lectura forma parte de la celebración de una vigilia dominical o festiva prolongada (Principios y normas generales de la Liturgia de las Horas, núm. 73), antes del himno Te Deum se dicen los cánticos correspondientes y se proclama el evangelio propio de la vigilia dominical o festiva, tal como se indica en Vigilias.
  • Además de los himnos que aparecen aquí, pueden usarse, sobre todo en las celebraciones con el pueblo, otros cantos oportunos y debidamente aprobados.
  • Si el Oficio de lectura se dice inmediatamente antes de otra Hora del Oficio, puede decirse como himno del Oficio de lectura el himno propio de esa otra Hora; luego, al final del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión y se pasa directamente a la salmodia de la otra Hora, omitiendo su versículo introductorio y el Gloria al Padre, etc.
  • Cada día hay dos lecturas, la primera bíblica y la segunda hagiográfica, patrística o de escritores eclesiásticos.

Invocación

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

  • Himno 1
  • Himno 2

¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con él!
¡Aleluya, aleluya!
Muerte y Vida lucharon,
y la muerte fue vencida.
¡Aleluya, aleluya!
Es el grano que muere
para el triunfo de la espiga.
¡Aleluya, aleluya!
Cristo es nuestra esperanza
nuestra paz y nuestra vida.
¡Aleluya, aleluya!
Vivamos vida nueva,
el bautismo es nuestra Pascua.
¡Aleluya, aleluya!
¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con él!
¡Aleluya, aleluya! Amén.

La bella flor que en el suelo
plantada se vio marchita
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
De tierra estuvo cubierto,
pero no fructificó
del todo, hasta que quedó
en un árbol seco injerto.
Y, aunque a los ojos del suelo
se puso después marchita,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Toda es de flores la fiesta,
flores de finos olores,
más no se irá todo en flores,
porque flor de fruto es ésta.
Y, mientras su Iglesia grita
mendigando algún consuelo,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Que nadie se sienta muerto
cuando resucita Dios,
que, si el barco llega al puerto,
llegamos junto con vos.
Hoy la cristiandad se quita
sus vestiduras de duelo.
Ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.

Salmodia

Antífona 1: Levántate, Señor, y ven en mi auxilio. (T. P. Aleluya).

Salmo 34, 1-2. 3c. 9-19. 22-24a. 27-28

SÚPLICA CONTRA LOS PERSEGUIDORES INJUSTOS

Se reunieron... y se pusieron de acuerdo para detener a Jesús con engaño y matarlo (Mt 26, 34).

I

Pelea, Señor, contra los que me atacan,
guerrea contra los que me hacen guerra;
empuña el escudo y la adarga,
levántate y ven en mi auxilio;
di a mi alma:
"yo soy tu victoria".
Y yo me alegraré con el Señor,
gozando de su victoria;
todo mi ser proclamará:
"Señor, ¿quién como tú,
que defiendes al débil del poderoso,
al pobre y humilde del explotador?"
Se presentaban testigos violentos:
me acusaban de cosas que ni sabía,
me pagaban mal por bien,
dejándome desamparado.

Antífona 2: Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que eres poderoso. (T. P. Aleluya).

II

Yo, en cambio, cuando estaban enfermos,
me vestía de saco,
me mortificaba con ayunos
y desde dentro repetía mi oración.
Como por un amigo o por un hermano,
andaba triste;
cabizbajo y sombrío,
como quien llora a su madre.
Pero, cuando yo tropecé, se alegraron,
se juntaron contra mí
y me golpearon por sorpresa;
me laceraban sin cesar.
Cruelmente se burlaban de mí,
rechinando los dientes de odio.

Antífona 3: Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días te alabará, Señor. (T. P. Aleluya).

III

Señor, ¿cuándo vas a mirarlo?
Defiende mi vida de los que rugen,
mi único bien, de los leones,
y te daré gracias en la gran asamblea,
te alabaré entre la multitud del pueblo.
Que no canten victoria mis enemigos traidores,
que no hagan guiños a mi costa
los que me odian sin razón.
Señor, tú lo has visto, no te calles,
Señor, no te quedes a distancia;
despierta, levántate, Dios mío,
Señor mío, defiende mi causa.
Que canten y se alegren
los que desean mi victoria,
que repitan siempre: "Grande es el Señor"
los que desean la paz a tu siervo.
Mi lengua anunciará tu justicia,
todos los días te alabará.

Versículo

V. En tu resurrección, oh Cristo. Aleluya.
R. El cielo y la tierra se alegran. Aleluya.

Lecturas

Primera Lectura

De los Hechos de los apóstoles 19, 21-40

REVUELTA DE ÉFESO CONTRA PABLO

En aquellos días, Pablo concibió el propósito de ir a Jerusalén atravesando Macedonia
y Acaya. Y pensaba:
«Después de estar allí, he de visitar también Roma.»
Envió a Macedonia a dos de sus auxiliares, a Timoteo y a Erasto; y él se detuvo algún
tiempo en el Asia proconsular.
Hubo por aquellos días un gran tumulto con motivo de la predicación del Evangelio.
Un platero, llamado Demetrio, que labraba en plata templetes de Artemisa, proporcionaba
mucho trabajo y ganancia a los artífices. Los convocó un día, junto con los demás obreros
del ramo, y les dijo:
«Bien sabéis, amigos, que de esta industria depende nuestro bienestar. También
estáis viendo y oyendo decir que no sólo en Éfeso, sino en casi toda el Asia proconsular,
este Pablo, con su persuasión, ha llevado tras de sí a mucha gente, diciéndoles que no son
dioses los que fabricamos con nuestras manos. Esto supone el peligro no sólo de que vaya
a la ruina nuestra industria, sino también de que el mismo santuario de la gran diosa
Artemisa pierda su prestigio. Con ello quedará despojada de su grandeza aquella a quien
toda el Asia proconsular y el orbe veneran.»
Ante estas palabras, se llenaron de ira y comenzaron a gritar:
«¡Grande es la Artemisa de los efesios!»
Se produjo un revuelo en la ciudad, y todos a una se precipitaron en el teatro,
arrastrando consigo a Gayo y a Aristarco, macedonios, compañeros de viaje de Pablo.
Quería Pablo salir en público ante el gentío allí reunido, pero no le dejaron los discípulos.
Incluso algunos magistrados de la provincia romana de Asia, amigos suyos, le mandaron
recado, rogándole que no se presentase en el teatro. Unos gritaban una cosa, y otros otra.
La gente que se había reunido se hallaba revuelta y alborotada, y la mayor parte no
sabían por qué se habían reunido. En esto, algunos de entre la multitud dieron sus
instrucciones a Alejandro, a quien los judíos habían hecho destacarse; y Alejandro,
haciendo señas con la mano, intentó hablar en defensa propia ante la reunión.
Apenas se dieron cuenta de que era judío, levantaron todos a una la voz y estuvieron
por espacio de dos horas gritando:
«¡Grande es la Artemisa de los efesios!»
Por fin, el alto funcionario de la ciudad logró calmar la multitud, y se expresó así:
«Efesios, ¿quién no sabe que la ciudad de Éfeso es la guardiana del templo de la gran
Artemisa y de su estatua traída del cielo? Esto no lo puede negar nadie. Por lo tanto,
conviene que estéis en calma y que no hagáis nada atropelladamente; porque habéis
traído aquí a estos hombres que ni son sacrílegos ni blasfeman contra vuestra diosa. Si
Demetrio y sus compañeros de profesión tienen algo que demandar contra alguno,
asambleas públicas se celebran, y procónsules hay: que recurran a ellos. Si alguna otra
cosa deseáis, la trataremos en la asamblea legal ordinaria. Porque estamos expuestos a
que nos acusen de sedición por lo que ha sucedido hoy, y no hay motivo alguno que
justifique este tumulto.»
Y, dicho esto, disolvió la manifestación.

Responsorio Cf. 2 Co 1, 8. 9

R. No quisiéramos que desconocieseis la tribulación que nos sobrevino en el Asia Menor. *
Pero no pusimos nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los
muertos. Aleluya.
V. Nos vimos agobiados lo indecible, hasta no poder más.
R. Pero no pusimos nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los
muertos. Aleluya.

Segunda Lectura

De los sermones del beato Isaac, abad del monasterio de Stella
(Sermón 42: PL 194,1831-1832)

PRIMOGÉNITO DE MUCHOS HERMANOS

Del mismo modo que, en el hombre, cabeza y cuerpo forman un solo hombre, así el
Hijo de la Virgen y sus miembros constituyen también un solo hombre y un solo Hijo del
hombre. El Cristo íntegro y total, como se desprende de la Escritura, lo forman la cabeza y
el cuerpo. En efecto, todos los miembros juntos forman aquel único cuerpo que, unido a
su cabeza, es el único Hijo del hombre, quien, al ser también Hijo de Dios, es el único Hijo
de Dios y forma con Dios el Dios único.
Por ello el cuerpo íntegro con su cabeza es Hijo del hombre, Hijo de Dios y Dios. Por
eso se dice también: Padre, éste es mi deseo: que sean uno, como tú, Padre, en mí y yo
en ti.
Así, pues, de acuerdo con el significado de esta conocida afirmación de la Escritura,
no hay cuerpo sin cabeza, ni cabeza sin cuerpo, ni Cristo total, cabeza y cuerpo, sin Dios.
Por tanto, todo ello con Dios forma un solo Dios. Pero el Hijo de Dios es Dios por
naturaleza, y él Hijo del hombre está unido a Dios personalmente; en cambio, los
miembros del cuerpo de su Hijo están unidos con él sólo místicamente. Por esto los
miembros fieles y espirituales de Cristo se pueden llamar de verdad lo que es él mismo, es
decir, Hijo de Dios y Dios. Pero lo que él es por naturaleza, éstos lo son por comunicación,
y lo que él es en plenitud, éstos lo son por participación; finalmente, él es Hijo de Dios por
generación y sus miembros lo son por adopción, como está escrito: Habéis recibido un
Espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba !» (Padre).
Y por este mismo Espíritu les da poder para ser hijos de Dios, para que, instruidos por
aquel que es el primogénito de muchos hermanos, puedan decir: Padre nuestro, que estás
en los cielos. Y en otro lugar afirma: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios
vuestro.
Nosotros renacemos de la fuente bautismal como hijos de Dios y cuerpo suyo en
virtud de aquel mismo Espíritu del que nació el Hijo del hombre, como cabeza nuestra, del
seno de la Virgen. Y así como él nació sin pecado, del mismo modo nosotros renacemos
para remisión de todos los pecados.
Pues, así como cargó en su cuerpo de carne con todos los pecados del cuerpo entero,
y con ellos subió a la cruz, así también, mediante la gracia de la regeneración, hizo que a
su cuerpo místico no se le imputase pecado alguno, como está escrito: Dichoso el hombre
a quien el Señor no le apunta el delito: Este hombre, que es Cristo, es realmente dichoso,
ya que, como Cristo—cabeza y Dios, perdona el pecado, como Cristo—cabeza y hombre
no necesita ni recibe perdón alguno y, como cabeza de muchos, logra que no se nos
apunte el delito.
Justo en sí mismo, se justifica a sí mismo. Único Salvador y único salvado, sufrió en
su cuerpo físico sobre el madero lo que limpia de su cuerpo místico por el agua. Y
continúa salvando de nuevo por el madero y el agua, como Cordero de Dios que quita,
que carga sobre sí, el pecado del mundo; sacerdote, sacrificio y Dios, que, ofreciendo su

propia persona a sí mismo, por sí mismo se reconcilió consigo mismo, con el Padre y con
el Espíritu Santo.

Responsorio Rm 12, 5; Col 2, 9-10; 1, 18

R. Siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, e individualmente somos miembros
unos de otros. * En su cuerpo glorificado habita toda la plenitud de la divinidad; e,
incorporados a él, alcanzáis también vosotros esa plenitud en él. Aleluya.
V. Él es la cabeza del cuerpo de la Iglesia; él es el principio, el primogénito de entre los
muertos, y así es el primero en todo.
R. En su cuerpo glorificado habita toda la plenitud de la divinidad; e, incorporados a él,
alcanzáis también vosotros esa plenitud en él. Aleluya.

Oración

Oremos:

Danos, Señor, una plena vivencia del misterio pascual, para que la alegría que
experimentamos en estas fiestas sea siempre nuestra fuerza y nuestra salvación. Por
nuestro Señor Jesucristo.

Amén.

Conclusión

Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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