El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, domingo, 5 de mayo de 2024.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con él!
¡Aleluya, aleluya!
Muerte y Vida lucharon,
y la muerte fue vencida.
¡Aleluya, aleluya!
Es el grano que muere
para el triunfo de la espiga.
¡Aleluya, aleluya!
Cristo es nuestra esperanza
nuestra paz y nuestra vida.
¡Aleluya, aleluya!
Vivamos vida nueva,
el bautismo es nuestra Pascua.
¡Aleluya, aleluya!
¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con él!
¡Aleluya, aleluya! Amén.
La bella flor que en el suelo
plantada se vio marchita
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
De tierra estuvo cubierto,
pero no fructificó
del todo, hasta que quedó
en un árbol seco injerto.
Y, aunque a los ojos del suelo
se puso después marchita,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Toda es de flores la fiesta,
flores de finos olores,
más no se irá todo en flores,
porque flor de fruto es ésta.
Y, mientras su Iglesia grita
mendigando algún consuelo,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Que nadie se sienta muerto
cuando resucita Dios,
que, si el barco llega al puerto,
llegamos junto con vos.
Hoy la cristiandad se quita
sus vestiduras de duelo.
Ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Antífona 1: Aleluya. La piedra ha sido removida de la entrada del sepulcro. Aleluya.
Salmo 103
HIMNO AL DIOS CREADOR
El que es de Cristo es una criatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado (2 Co 5, 17).
Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.
Extiendes los cielos como una tienda,
construyes tu morada sobre las aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las alas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros;
el fuego llameante, de ministro.
Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas;
pero a tu bramido huyeron,
al fragor de tu trueno se precipitaron,
mientras subían los montes y bajaban los valles:
cada cual al puesto asignado.
Trazaste una frontera que no traspasarán,
y no volverán a cubrir la tierra.
De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
en ellos beben las fieras de los campos,
el asno salvaje apaga su sed;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.
Antífona 2: Aleluya. ¿A quién buscas mujer?, ¿al que vive entre los muertos? Aleluya.
Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre.
Él saca pan de los campos,
y vino que le alegra el corazón;
y aceite que da brillo a su rostro,
y alimento que le da fuerzas.
Se llenan de savia los árboles del Señor,
los cedros del Líbano que él plantó:
allí anidan los pájaros,
en su cima pone casa la cigüeña.
Los riscos son para las cabras,
las peñas son madriguera de erizos.
Hiciste la luna con sus fases,
el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas y viene la noche,
y rondan las fieras de la selva;
los cachorros rugen por la presa,
reclamando a Dios su comida.
Cuando brilla el sol, se retiran,
y se tumban en sus guaridas;
el hombre sale a sus faenas,
a su labranza hasta el atardecer.
Antífona 3: Aleluya. No llores, María; ha resucitado el Señor. Aleluya.
III
Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.
Ahí está el mar: ancho y dilatado,
en él bullen, sin número,
animales pequeños y grandes;
lo surcan las naves, y el Leviatán
que modelaste para que retoce.
Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes;
escondes tu rostro, y se espantan;
les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.
Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras,
cuando él mira la tierra, ella tiembla;
cuando toca los montes, humean.
Cantaré al Señor mientras viva,
tocaré para mi Dios mientras exista:
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.
Que se acaben los pecadores en la tierra,
que los malvados no existan más.
¡Bendice, alma mía, al Señor!
V. Mi corazón se alegra. Aleluya.
R. Y te canto agradecido. Aleluya.
De los Hechos de los apóstoles 20, 17-38
EXHORTACIÓN DE PABLO A LOS PASTORES DE LA IGLESIA DE ÉFESO
En aquellos días, desde Mileto, mandó Pablo llamar a los presbíteros de la iglesia deÉfeso. Cuando se presentaron les dijo: «Vosotros sabéis que todo el tiempo que he estado
aquí desde el día que por primera vez puse pie en Asia, he servido al Señor con toda
humildad, en las penas y pruebas que me han procurado las maquinaciones de los judíos.
Sabéis que no he ahorrado medio alguno, que he predicado y enseñado en público y en
privado, insistiendo a judíos y griegos a que se convirtieran y crean en nuestro Señor
Jesús.
Y ahora me dirijo a Jerusalén, forzado por el Espíritu. No sé lo que me espera allí, sólo
sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y
luchas. Pero a mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y
cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia
de Dios.
He pasado por aquí predicando el reino, y ahora sé que ninguno de vosotros me
volverá a ver. Por eso declaro hoy que no soy responsable de la suerte de nadie: nunca
me he reservado nada, os he anunciado enteramente el plan de Dios.
Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar,
corno pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo. Ya sé que,
cuando os deje, se meterán entre vosotros lobos feroces que no tendrán piedad del
rebaño. Incluso algunos de vosotros deformarán la doctrina y arrastrarán a los discípulos.
Por eso, estad alerta: acordaos que durante tres años, de día y de noche, no he cesado de
aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular. Ahora os dejo en manos de
Dios y de su palabra que es gracia, y tiene poder para construiros y daros parte en la
herencia de los santos.
A nadie le he pedido dinero, oro ni ropa. Bien sabéis que estas manos han ganado lo
necesario para mí y mis compañeros. Siempre os he enseñado que es nuestro deber
trabajar para socorrer a los necesitados, acordándonos de las palabras del Señor Jesús:
"Más dichoso es el que da que el que recibe."»
Cuando terminó de hablar, se pusieron todos de rodillas, y Pablo rezó con todos ellos.
Hubo abundantes lágrimas por parte de todos, y, echándose al cuello de Pablo, lo
abrazaron afectuosamente. Estaban afligidos, sobre todo porque les había dicho que ya no
lo volverían a ver. Y así lo acompañaron hasta la nave.
R. Tened cuidado del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, * como
pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo. Aleluya.
V. En un administrador lo que se busca es que sea fiel.
R. Como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo. Aleluya.
Del comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre la segunda carta a los Corintios
(Caps. 5, 5-6, 2: PG 74, 942-943)
DIOS NOS HA RECONCILIADO POR MEDIO DE CRISTO Y NOS HA CONFIADO EL MINISTERIO DE ESTA RECONCILIACIÓN
Los que poseen las arras del Espíritu y la esperanza de la resurrección, como si
poseyeran ya aquello que esperan, pueden afirmar que desde ahora ya no conocen a
nadie según la carne: todos, en efecto, somos espirituales y ajenos a la corrupción de la
carne. Porque, desde el momento en que ha amanecido para nosotros la luz del Unigénito,
somos transformados en la misma Palabra que da vida a todas las cosas. Y, si bien es
verdad que cuando reinaba el pecado estábamos sujetos por los lazos de la muerte, al
introducirse en el mundo la justicia de Cristo quedamos libres de la corrupción.
Por tanto, ya nadie vive en la carne, es decir, ya nadie está sujeto a la debilidad de la
carne, a la que ciertamente pertenece la corrupción, entre otras cosas; en este sentido,
dice el Apóstol: Si alguna vez juzgamos a Cristo según la carne, ahora ya no. Es como
quien dice: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y, para que nosotros
tuviésemos vida, sufrió la muerte según la carne, y así es como conocimos a Cristo; sin
embargo, ahora ya no es así como lo conocemos. Pues, aunque retiene su cuerpo
humano, ya que resucitó al tercer día y vive en el cielo junto al Padre, no obstante, su
existencia es superior a la meramente carnal, puesto que murió de una vez para siempre y
ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él, porque su morir fue un morir al
pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios.
Si tal es la condición de aquel que se convirtió para nosotros en abanderado y
precursor de la vida, es necesario que nosotros, siguiendo sus huellas, formemos parte de
los que viven por encima de la carne, y no en la carne. Por esto, dice con toda razón san
Pablo: El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha
comenzado. Hemos sido, en efecto, justificados por la fe en Cristo, y ha cesado el efecto
de la maldición, puesto que él ha resucitado para librarnos, conculcando el poder de la
muerte; y, además, hemos conocido al que es por naturaleza propia Dios verdadero, a
quien damos culto en espíritu y en verdad, por mediación del Hijo, quien derrama sobre el
mundo las bendiciones divinas que proceden del Padre.
Por lo cual, dice acertadamente san Pablo: Todo esto viene de Dios, que por medio de
Cristo nos reconcilió consigo, ya que el misterio de la encarnación y la renovación
consiguiente a la misma se realizaron de acuerdo con el designio del Padre. No hay que
olvidar que por Cristo tenemos acceso al Padre, ya que nadie va al Padre, como afirma el
mismo Cristo, sino por él. Y, así, todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos
reconcilió y nos encargó el ministerio de la reconciliación.
R. Ponemos nuestra gloria y confianza en Dios gracias a nuestro Señor Jesucristo, * por
cuyo medio hemos obtenido ahora la reconciliación. Aleluya.
V. En él quiso Dios que residiera toda plenitud; y por él quiso reconciliar consigo todas las
cosas.
R. Por cuyo medio hemos obtenido ahora la reconciliación. Aleluya.
Se dice el Te Deum
Oremos:
Concédenos, Dios todopoderoso, continuar celebrando con fervor estos días de alegría en
honor de Cristo resucitado, y que los misterios que estamos recordando transformen
nuestra vida y se manifiesten en nuestras obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.