El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de hoy, domingo, 28 de abril de 2024. Otras celebraciones del día: SAN PEDRO CHANEL, PRESBÍTERO Y MÁRTIR , SAN LUIS MARÍS GRIÑON DE MONTFORT, PRESBÍTERO .
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con él!
¡Aleluya, aleluya!
Muerte y Vida lucharon,
y la muerte fue vencida.
¡Aleluya, aleluya!
Es el grano que muere
para el triunfo de la espiga.
¡Aleluya, aleluya!
Cristo es nuestra esperanza
nuestra paz y nuestra vida.
¡Aleluya, aleluya!
Vivamos vida nueva,
el bautismo es nuestra Pascua.
¡Aleluya, aleluya!
¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con él!
¡Aleluya, aleluya! Amén.
La bella flor que en el suelo
plantada se vio marchita
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
De tierra estuvo cubierto,
pero no fructificó
del todo, hasta que quedó
en un árbol seco injerto.
Y, aunque a los ojos del suelo
se puso después marchita,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Toda es de flores la fiesta,
flores de finos olores,
más no se irá todo en flores,
porque flor de fruto es ésta.
Y, mientras su Iglesia grita
mendigando algún consuelo,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Que nadie se sienta muerto
cuando resucita Dios,
que, si el barco llega al puerto,
llegamos junto con vos.
Hoy la cristiandad se quita
sus vestiduras de duelo.
Ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Antífona 1: Aleluya. La piedra ha sido removida de la entrada del sepulcro. Aleluya.
Salmo 1
LOS DOS CAMINOS DEL HOMBRE
Felices los que poniendo su esperanza en la cruz, se sumergieron en las aguas del bautismo.
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
En el juicio los impíos no se levantarán,
ni los pecadores en la asamblea de los justos;
porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal.
Antífona 2: Aleluya. ¿A quién buscas, mujer?, ¿al que vive entre los muertos? Aleluya.
Salmo 2
¿POR QUÉ SE AMOTINAN LAS NACIONES?
Verdaderamente se aliaron contra su santo siervo Jesús, tu Ungido (Hech 4, 27).
¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?
Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
"rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo".
El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
"yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo".
Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho:
"Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza".
Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!
Antífona 3: Aleluya. No llores, María; ha resucitado el Señor. Aleluya.
Salmo 3
CONFIANZA EN MEDIO DE LA ANGUSTIA
Durmió el Señor el sueño de la muerte y resucitó del sepulcro porque el Padre fue su ayuda (S. Ireneo).
Señor, cuántos son mis enemigos,
cuántos se levantan contra mí;
cuántos dicen de mí:
"Ya no lo protege Dios".
Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria,
tú mantienes alta mi cabeza.
Si grito invocando al Señor,
él me escucha desde su monte santo.
Puedo acostarme y dormir y despertar:
el Señor me sostiene.
No temeré al pueblo innumerable
que acampa a mi alrededor.
Levántate, Señor;
sálvame, Dios mío:
tú golpeaste a mis enemigos en la mejilla,
rompiste los dientes de los malvados.
De ti, Señor, viene la salvación
y la bendición sobre tu pueblo.
V. Mi corazón se alegra. Aleluya.
R. Y te canto agradecido. Aleluya.
De los Hechos de los apóstoles 16, 16-40
DIFICULTADES DE PABLO EN FILIPOS
En aquellos días, yendo una vez nosotros al lugar de la oración, nos salió al encuentro
una esclava, poseída de un demonio adivino, que con sus predicciones proporcionaba a
sus amos pingües ganancias. Siguiendo detrás de Pablo y de nosotros, comenzó a gritar:
«Estos hombres son servidores del Dios altísimo y os anuncian el camino de la salvación.»
Así lo hizo muchos días. Molestado, por fin, Pablo, se volvió y conminó así al espíritu:
«En nombre de Jesucristo, te mando que salgas de esta mujer.»
Y en el mismo instante salió. Viendo sus amos que se habían esfumado todas las
esperanzas que tenían de lucro, prendieron a Pablo y a Silas y los arrastraron a la plaza
pública, ante la autoridad. Los hicieron comparecer ante los pretores y dijeron: «Estos
hombres están revolviendo nuestra ciudad. Son judíos, y enseñan costumbres que
nosotros, romanos, no podemos aceptar ni poner en práctica.»
El pueblo se amotinó contra ellos, y los pretores mandaron que, desnudos, fuesen
azotados con varas. Después de haberles dado muchos golpes, los echaron a la cárcel y
encargaron al carcelero que los vigilara con toda precaución. Ante este mandato, el
carcelero los metió en lo más profundo del calabozo y sujetó sus pies en el cepo. Hacia
media noche, Pablo y Silas, puestos en oración, cantaban himnos a Dios, mientras los
demás presos los escuchaban. De pronto, se produjo un terremoto tan fuerte que
vacilaron los cimientos de la cárcel; se abrieron todas las puertas y se soltaron las cadenas
de todos. Despertó el carcelero y, al ver las puertas de la cárcel abiertas, sacó la espada
con intención de quitarse la vida, pues creía que los presos se habían escapado. Pero
Pablo le gritó: «No te hagas ningún daño, que estamos todos aquí.»
El carcelero pidió luz, se lanzó adentro y, temblando, se arrojó a los pies de Pablo y
Silas. Luego, los sacó afuera y les preguntó: «Señores, ¿qué tengo que hacer para
salvarme?»
Le dijeron: «Cree en Jesús, el Señor, y seréis salvos tú y tu familia.»
Y le expusieron la doctrina del Señor a él y a todos los de su casa. Y, en aquella misma
hora de la noche, los llevó consigo y les lavó las heridas; en seguida, recibió el bautismo él
con todos los suyos, y, haciéndolos subir a su casa, les puso la mesa, contentísimo, lo
mismo que toda su familia, de haber creído en Dios. Llegado el día, los pretores enviaron
a los lictores a decir al carcelero: «Pon en libertad a esos hombres.»
El carcelero hizo llegar a Pablo esta noticia: «Los pretores han enviado a decir que os
deje en libertad. Ahora, pues, salid y marchad en paz.»
Pero Pablo le contestó: «Con que a nosotros, ciudadanos romanos, sin proceso de
ningún género, nos han azotado públicamente y nos han arrojado a la cárcel, ¿y ahora,
con todo sigilo, nos echan a la calle? De ningún modo. Que vengan ellos mismos, y que
nos saquen.»
Los lictores comunicaron estas palabras a los pretores, quienes cobraron miedo al
enterarse de que eran romanos. Vinieron, pues, a presentarles sus excusas; los sacaron
fuera y les rogaron que se marchasen de la ciudad. Pablo y Silas, una vez que salieron de
la cárcel, entraron en casa de Lidia y, después de haber visto y animado a los hermanos,
se fueron.
R. ¿Qué tengo que hacer para salvarme? * Cree en Jesús, el Señor, y seréis salvos tú y tu
familia. Aleluya.
V. Ésta es la obra de Dios: que creáis plenamente en aquel que él ha enviado.
R. Cree en Jesús, el Señor, y seréis salvos tú y tu familia. Aleluya.
De los sermones de san Máximo de Turín, obispo
(Sermón 53,1-2. 4: CCL 23, 214-216)
CRISTO, DÍA SIN OCASO
La resurrección de Cristo destruye el poder del abismo, los recién bautizados renuevan
la tierra, el Espíritu Santo abre las puertas del cielo. Porque el abismo, al ver sus puertas
destruidas, devuelve los muertos, la tierra, renovada, germina resucitados, y el cielo,
abierto, acoge a los que ascienden.
El ladrón es admitido en el paraíso, los cuerpos de los santos entran en la ciudad santa
y los muertos vuelven a tener su morada entre los vivos. Así, como si la resurrección de
Cristo fuera germinando en el mundo, todos los elementos de la creación se ven
arrebatados a lo alto.
El abismo devuelve sus cautivos, la tierra envía al cielo a los que estaban sepultados
en su seno, y el cielo presenta al Señor a los que han subido desde la tierra: así, con un
solo y único acto, la pasión del Salvador nos extrae del abismo, nos eleva por encima de lo
terreno y nos coloca en lo más alto de los cielos.
La resurrección de Cristo es vida para los difuntos, perdón para los pecadores, gloria
para los santos. Por esto el salmista invita a toda la creación a celebrar la resurrección de
Cristo, al decir que hay que alegrarse y llenarse de gozo en este día en que actuó el Señor.
La luz de Cristo es día sin noche, día sin ocaso. Escucha al Apóstol que nos dice que
este día es el mismo Cristo: La noche está avanzando, el día se echa encima. La noche
está avanzando, dice, porque no volverá más. Entiéndelo bien: una vez que ha amanecido
la luz de Cristo, huyen las tinieblas del diablo y desaparece la negrura del pecado porque
el resplandor de Cristo destruye la tenebrosidad de las culpas pasadas.
Porque Cristo es aquel Día a quien el Día, su Padre, comunica el íntimo ser de ladivinidad. Él es aquel Día, que dice por boca de Salomón: Yo hice nacer en el cielo una luz
inextinguible.
Así como no hay noche que siga al día celeste, del mismo modo las tinieblas del
pecado no pueden seguir la santidad de Cristo. El día celeste resplandece, brilla, fulgura
sin cesar y no hay oscuridad que pueda con él. La luz de Cristo luce, ilumina, destella
continuamente y las tinieblas del pecado no pueden recibirla: por ello dice el evangelista
Juan: La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Por ello, hermanos, hemos de alegrarnos en este día santo. Que nadie se sustraiga del
gozo común a causa de la conciencia de sus pecados, que nadie deje de participar en la
oración del pueblo de Dios, a causa del peso de sus faltas. Que nadie, por pecador que se
sienta, deje de esperar el perdón en un día tan santo. Porque, si el ladrón obtuvo el
paraíso, ¿cómo no va a obtener el perdón el cristiano?
R. La magnificencia del Señor está por encima de los cielos: * su majestad resplandece
sobre las nubes y su nombre permanece para siempre. Aleluya.
V. Asoma por un extremo del cielo, y su órbita llega al otro extremo.
R. Su majestad resplandece sobre las nubes y su nombre permanece para siempre.
Aleluya
Se dice el Te Deum
Oremos:
Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos
siempre con amor de padre y que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la
libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.