El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, viernes, 22 de noviembre de 2024.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Este es el día del Señor.
Este es el tiempo de la misericordia.
Delante de tus ojos
ya no enrojeceremos
a causa del antiguo
pecado de tu pueblo.
Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.
En medio de las gentes
nos guardas como un resto
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.
Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos.
Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.
¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor que es justo
revoca sus decretos.
La salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo.
Antífona 1: Levántate, Señor, y ven en mi auxilio. (T. P. Aleluya).
Salmo 34, 1-2. 3c. 9-19. 22-24a. 27-28
SÚPLICA CONTRA LOS PERSEGUIDORES INJUSTOS
Se reunieron... y se pusieron de acuerdo para detener a Jesús con engaño y matarlo (Mt 26, 34).
I
Pelea, Señor, contra los que me atacan,
guerrea contra los que me hacen guerra;
empuña el escudo y la adarga,
levántate y ven en mi auxilio;
di a mi alma:
"yo soy tu victoria".
Y yo me alegraré con el Señor,
gozando de su victoria;
todo mi ser proclamará:
"Señor, ¿quién como tú,
que defiendes al débil del poderoso,
al pobre y humilde del explotador?"
Se presentaban testigos violentos:
me acusaban de cosas que ni sabía,
me pagaban mal por bien,
dejándome desamparado.
Antífona 2: Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que eres poderoso. (T. P. Aleluya).
II
Yo, en cambio, cuando estaban enfermos,
me vestía de saco,
me mortificaba con ayunos
y desde dentro repetía mi oración.
Como por un amigo o por un hermano,
andaba triste;
cabizbajo y sombrío,
como quien llora a su madre.
Pero, cuando yo tropecé, se alegraron,
se juntaron contra mí
y me golpearon por sorpresa;
me laceraban sin cesar.
Cruelmente se burlaban de mí,
rechinando los dientes de odio.
Antífona 3: Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días te alabará, Señor. (T. P. Aleluya).
III
Señor, ¿cuándo vas a mirarlo?
Defiende mi vida de los que rugen,
mi único bien, de los leones,
y te daré gracias en la gran asamblea,
te alabaré entre la multitud del pueblo.
Que no canten victoria mis enemigos traidores,
que no hagan guiños a mi costa
los que me odian sin razón.
Señor, tú lo has visto, no te calles,
Señor, no te quedes a distancia;
despierta, levántate, Dios mío,
Señor mío, defiende mi causa.
Que canten y se alegren
los que desean mi victoria,
que repitan siempre: "Grande es el Señor"
los que desean la paz a tu siervo.
Mi lengua anunciará tu justicia,
todos los días te alabará.
Del libro del profeta Daniel 2, 26-47
VISIÓN DE LA ESTATUA Y DE LA PIEDRA. EL REINO ETERNO DE DIOS
En aquellos días, tomó el rey Nabucodonosor la palabra y dijo a Daniel (por
sobrenombre Beltsasar):
«¿Eres tú capaz de manifestarme el sueño que he tenido y su interpretación? »
Daniel tomó la palabra en presencia del rey y dijo:
«El misterio que el rey quiere saber no hay sabios, magos, adivinos ni astrólogos que lo
puedan revelar al rey; pero hay un Dios en el cielo, que revela los misterios y que ha dado
a conocer al rey Nabucodonosor lo que sucederá al fin de los días. Tu sueño y las visiones
de tu cabeza cuando estabas en tu lecho eran éstos:
Oh rey, los pensamientos que agitaban tu mente en el lecho se referían a lo que ha de
suceder en el futuro, y el que revela los misterios te ha dado a conocer lo que sucederá. A
mí, sin que yo posea más sabiduría que cualquier otro ser viviente, se me ha revelado este
misterio con el solo fin de manifestar al rey su interpretación y de que tú conozcas los
pensamientos de tu corazón.
Tú, oh rey, has tenido esta visión: Una estatua, una enorme estatua, de extraordinario
brillo, de aspecto terrible, se levantaba ante ti. La cabeza de esta estatua era de oro puro,
su pecho y sus brazos de plata, su vientre y sus lomos de bronce, sus piernas de hierro,
sus pies de hierro y parte de arcilla.
Tú estabas mirando, cuando de pronto una piedra se desprendió, sin intervención de
mano alguna, vino a dar a la estatua en sus pies de hierro y arcilla, y los pulverizó.
Entonces quedó pulverizado todo a la vez: el hierro, la arcilla, el bronce, la plata y el oro;
quedaron como el tamo de la era en verano, y el viento se lo llevó sin dejar rastro. Y la
piedra que había golpeado la estatua se convirtió en un gran monte que llenó toda la
tierra. Tal fue el sueño; ahora diremos ante el rey su interpretación.
Tú, oh Rey, rey de reyes, a quien el Dios del cielo ha dado reino, imperio, poder y gloria
-los hijos de los hombres, las bestias del campo, los pájaros del cielo dondequiera que
habiten, los ha dejado en tus manos te ha hecho soberano de ellos-, tú eres la cabeza de
oro. Después de ti surgirá otro reino, inferior a ti, y luego un tercer reino, de bronce, que
dominará la tierra entera. Y habrá un cuarto reino, duro como el hierro, como el hierro
que todo lo pulveriza y machaca; como el hierro que aplasta, así él pulverizará y aplastará
a todos los otros.
Y lo que has visto, los pies y los dedos, parte de arcilla y parte de hierro, es un reino
que estará dividido; tendrá la solidez del hierro, según has visto el hierro mezclado con la
masa de arcilla. Los dedos de los pies, parte de hierro y parte de arcilla, es que el reino
será en parte fuerte y en parte frágil. Y lo que has visto, el hierro mezclado con la masa
de arcilla, es que se mezclarán ellos entre sí por simiente humana, pero no se mezclarán
el uno al otro, de la misma manera que el hierro no se mezcla con la arcilla.
En tiempo de estos reyes, el Dios del cielo hará surgir un reino que jamás será
destruido, y este reino no pasará a otro pueblo. Pulverizará y aniquilará a todos estos
reinos, y él subsistirá eternamente: tal como has visto desprenderse del monte, sin
intervención de mano humana, la piedra que redujo a polvo el hierro, el bronce, la arcilla,
la plata y el oro. El Dios grande ha manifestado al rey lo que ha de suceder. El sueño es
verdadero y su interpretación digna de confianza.»
Entonces, el rey Nabucodonosor cayó rostro en tierra, se postró ante Daniel y ordenó
que se le ofreciera oblación y calmante aroma. El rey tomó la palabra y dijo a Daniel:
«Verdaderamente vuestro Dios es el Dios de los dioses, el Señor de los reyes, el
revelador de los misterios, ya que tú has podido revelar este misterio.»
R. El Dios del cielo hará surgir un reino que jamás será destruido, y que pulverizará y
aniquilará a todos los demás reinos; * pero este reino de Dios subsistirá eternamente.
V. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular; aquel sobre quien
cayere esta piedra será aplastado.
R. Pero este reino de Dios subsistirá eternamente.
Del tratado de san Juan Eudes, presbítero, sobre el reino de Jesús
(Parte 3, 4: Opera omnia 1, 310-312)
EL MISTERIO DE CRISTO EN NOSOTROS Y EN LA IGLESIA
Debemos continuar y completar en nosotros los estados y misterios de la vida de Cristo,
y suplicarle con frecuencia que los consume y complete en nosotros y en toda su Iglesia.
Porque los misterios de Jesús no han llegado todavía a su total perfección y plenitud.
Han llegado, ciertamente, a su perfección y plenitud en la persona de Jesús, pero no en
nosotros, que somos sus miembros, ni en su Iglesia, que es su cuerpo místico. El Hijo de
Dios quiere comunicar y extender en cierto modo y continuar sus misterios en nosotros y
en toda su Iglesia, ya sea mediante las gracias que ha determinado otorgarnos, ya
mediante los efectos que quiere producir en nosotros a través de estos misterios. En este
sentido, quiere completarlos en nosotros.
Por esto, san Pablo dice que Cristo halla su plenitud en la Iglesia y que todos nosotros
contribuimos a su edificación y a la medida de Cristo en su plenitud, es decir, a aquella
edad mística que él tiene en su cuerpo místico, y que no llegará a su plenitud hasta el día
del juicio. El mismo apóstol dice, en otro lugar, que él completa en su carne los dolores de
Cristo.
De este modo, el Hijo de Dios ha determinado consumar y completar en nosotros todos
los estados y misterios de su vida. Quiere llevar a término en nosotros los misterios de su
encarnación, de su nacimiento, de su vida oculta, formándose en nosotros y volviendo a
nacer en nuestras almas por los santos sacramentos del bautismo y de la sagrada
eucaristía, y haciendo que llevemos una vida espiritual e interior, escondida con él en Dios.
Quiere completar en nosotros el misterio de su pasión, muerte y resurrección, haciendo
que suframos, muramos y resucitemos con él y en él. Finalmente, completará en nosotros
su estado de vida gloriosa e inmortal, cuando haga que vivamos, con él y en él, una vida
gloriosa y eterna en el cielo. Del mismo modo, quiere consumar y completar los demás
estados y misterios de su vida en nosotros y en su Iglesia, haciendo que nosotros los
compartamos y participemos de ellos, y que en nosotros sean continuados y prolongados.
Según esto, los misterios de Cristo no estarán completos hasta el final de aquel tiempo
que él ha destinado para la plena realización de sus misterios en nosotros y en la Iglesia,
es decir, hasta el fin del mundo.
R. Ahora me alegro de los padecimientos que he sufrido por vosotros, * y voy
completando en favor del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, las tribulaciones que aún me
quedan por sufrir con Cristo en mi carne mortal.
V. Con este fin me esfuerzo y lucho, contando con la eficacia de Cristo, que actúa
poderosamente en mí,
R. Y voy completando en favor del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, las tribulaciones que
aún me quedan por sufrir con Cristo en mi carne mortal.
Oremos:
Señor, Dios nuestro, concédenos vivir siempre alegres en tu servicio, porque en servirte
a ti, creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero. Por nuestro Señor Jesucristo
, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.