El siguiente es el formulario que corresponde a oficio de lectura de la liturgia de las horas para el día de mañana, martes, 1 de abril de 2025. Otras celebraciones del día: SAN FRANCISCO DE PAULA, ERMITAÑO .
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Alegría de los que entran en el templo
El Señor manda que los redimidos entonen un himno de victoria. (S. Atanasio)
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
(Se repite la antífona)
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
(Se repite la antífona)
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
(Se repite la antífona)
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Que todos los pueblos alaben al Señor
Sabed que la salvación de Dios se envía los gentiles. (Hch 28,28)
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
(Se repite la antífona)
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
(Se repite la antífona)
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Entrada solemne de Dios en su templo
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
(Se repite la antífona)
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
(Se repite la antífona)
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
(Se repite la antífona)
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
(Se repite la antífona)
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Mirad las estrellas fulgentes brillar,
sus luces anuncian que Dios ahí está,
la noche en silencio, la noche en su paz,
murmura esperanzas cumpliéndose ya.
Los ángeles santos, que vienen y van,
preparan caminos por donde vendrá
el Hijo del Padre, el Verbo eternal,
al mundo del hombre en carne mortal.
Abrid vuestras puertas, ciudades de paz,
que el Rey de la gloria ya pronto vendrá;
abrid corazones, hermanos, cantad
que vuestra esperanza cumplida será.
Los justos sabían que el hambre de Dios
vendría a colmarla el Dios del Amor,
su Vida es su vida, su Amor es su amor
serían un día su gracia y su don.
Ven pronto, Mesías, ven pronto, Señor,
los hombres hermanos esperan tu voz,
tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor.
Ven pronto, Mesías, sé Dios Salvador. Amén.
Para los sábados
Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas;
clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí, en mi torpe mejilla,
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.
Déjame que te restañe
ese llanto cristalino
y a la vera del camino
permite que te acompañe.
Deja que en lágrimas bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo,
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
no quiero que sufras tanto.
Qué lejos, Madre, la cuna
y tus gozos de Belén:
"No, mi Niño, no. No hay quien
de mis brazos te desuna".
Y rayos tibios de luna,
entre las pajas de miel,
le acariciaban la piel
sin despertarle. ¡Qué larga
es la distancia y qué amarga
de Jesús muerto a Emmanuel! Amén
Antífona 1: Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas tu rostro.
Salmo 101
DESEOS Y SÚPLICAS DE UN DESTERRADO
Dios nos consuela en todas nuestras luchas (2 Cor 1, 4).
I
Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro
el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mi;
cuando te invoco, escúchame en seguida.
Que mis días se desvanecen como humo,
mis huesos queman como brasas;
mi corazón está agostado como hierba,
me olvido de comer mi pan;
con la violencia de mis quejidos,
se me pega la piel a los huesos.
Estoy como lechuza en la estepa,
como búho entre ruinas;
estoy desvelado, gimiendo,
como pájaro sin pareja en el tejado.
Mis enemigos me insultan sin descanso;
furiosos contra mí, me maldicen.
En vez de pan, como ceniza,
mezclo mi bebida con llanto,
por tu cólera y tu indignación,
porque me alzaste en vilo y me tiraste;
mis días son una sombra que se alarga,
me voy secando como la hierba.
Antífona 2: Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos.
II
Tú, en cambio, permaneces para siempre,
y tu nombre de generación en generación.
Levántate y ten misericordia de Sión,
que ya es hora y tiempo de misericordia.
Tus siervos aman sus piedras,
se compadecen de sus ruinas,
los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.
Cuando el Señor reconstruya Sión,
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones,
quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor.
Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte.
Para anunciar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén,
cuando se reúnan unánimes los pueblos
y los reyes para dar culto al Señor.
Antífona 3: Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos. (T. P. Aleluya).
III
Él agotó mis fuerzas en el camino,
acortó mis días;
y yo dije: "Dios mío, no me arrebates
en la mitad de mis días".
Tus años duran por todas las generaciones:
al principio cimentaste la tierra,
y el cielo es obra de tus manos.
Ellos perecerán, tú permaneces,
se gastarán como la ropa,
serán como un vestido que se muda.
Tú, en cambio, eres siempre el mismo,
tus años no se acabarán.
Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
su linaje durará en tu presencia.
V. Ahora es el tiempo propicio.
R. Ahora es el día de la salvación.
De la carta a los Hebreos 8, 1-13
EL SACERDOCIO DE CRISTO EN LA NUEVA ALIANZA
Hermanos: El punto principal de cuanto vamos diciendo es que tenemos un sumo
sacerdote que está sentado a la diestra del trono de la Majestad en los cielos. Él es
ministro del santuario y de la verdadera Tienda de Reunión, que fue fabricada por el Señor
y no por hombre alguno. Todo sumo sacerdote es instituido para ofrecer oblaciones y
sacrificios; por tanto, era necesario que también él tuviese que ofrecer algo.
A la verdad, si él morara aquí en la tierra, ni siquiera sería sacerdote, porque ya hay
otros que están encargados de ofrecer sacrificios por disposición de la ley. Estos
sacerdotes practican un culto que es imagen y sombra de las realidades del cielo, según lo
reveló Dios a Moisés, cuando éste se disponía a construir la Tienda de Reunión: «Mira —le
dijo—, hazlo, todo según el modelo que te ha sido mostrado en el monte.»
En cambio, nuestro sumo sacerdote ha obtenido un ministerio tanto más excelente,
cuanto mejor es la alianza de que es mediador, y cuanto mejores son las promesas en que
ella se basa. Y así es. Porque, si aquella primera alianza hubiese sido irreprochable, no
habría lugar para una segunda.
Pero Dios le dice a Israel en tono de reproche: «Mirad que vienen días —dice el Señor
— en que yo concertaré una nueva alianza con la casa de Israel y con la casa de Judá. No
como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de
Egipto, alianza que ellos quebrantaron, por lo cual los rechacé, sino que así será la alianza
que haré con ellos después de aquellos días —dice el Señor—: Imprimiré mi ley en sus
mentes, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y no
tendrán ya que instruirse mutuamente, diciendo: "Reconoce al Señor", porque todos me
conocerán, desde el pequeño al grande, cuando perdone sus crímenes y no recuerde más
sus pecados.»
Al decir «nueva alianza», declara Dios anticuada la primera. Y lo que envejece y se
hace anticuado no tarda mucho en desaparecer.
R. Tenemos un sumo sacerdote que está sentado a la diestra del trono de la Majestad en
los cielos: él es ministro del santuario y de la verdadera Tienda de Reunión, * para
comparecer ahora ante la faz de Dios en favor nuestro.
V. Pues no entró Cristo en un santuario levantado por mano de hombre, figura del
verdadero santuario, sino en el mismo cielo.
R. Para comparecer ahora ante la faz de Dios a favor nuestro.
De los sermones de san León Magno, papa
(Sermón 10 sobre la Cuaresma, 3-5: PL 54, 299-301)
DEL BIEN DE LA CARIDAD
Dice el Señor en el evangelio de Juan: La señal por la que conocerán todos que sois
discípulos míos será que os amáis unos a otros; y en la carta del mismo apóstol se puede
leer: Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha
nacido de Dios y conoce a Dios.
Que los fieles abran de par en par sus mentes y traten de penetrar, con un examen
verídico, los afectos de su corazón; si llegan a encontrar alguno de los frutos de la caridad
escondido en sus conciencias, no duden de que tienen a Dios consigo, y, a fin de hacerse
más capaces de acoger a tan excelso huésped, no dejen de multiplicar las obras de una
misericordia perseverante.
Pues, si Dios es amor, la caridad no puede tener fronteras, ya que la Divinidad no
admite verse encerrada por ningún término.
Los presentes días, queridísimos hermanos, son especialmente indicados para
ejercitarse en la caridad —por más que no hay tiempo que no sea a propósito para ello—,
quienes desean celebrar la Pascua del Señor con el cuerpo y el alma santificados deben
poner especial empeño en conseguir, sobre todo, esta caridad, porque en ella se halla
contenida la suma de todas las virtudes y con ella se cubre la muchedumbre de los
pecados.
Por esto, al disponernos a celebrar aquel misterio que es el más eminente, con el que
la sangre de Jesucristo borró nuestras iniquidades, comencemos por preparar ofrendas de
misericordia, para conceder, por nuestra parte, a quienes pecaron contra nosotros lo que
la bondad de Dios nos concedió a nosotros.
La largueza ha de extenderse ahora, con mayor benignidad, hacia los pobres y los
impedidos por diversas debilidades, para que el agradecimiento a Dios brote de muchas
bocas, y nuestros ayunos sirvan de sustento a los menesterosos. La devoción que más
agrada a Dios es la de preocuparse de sus pobres, y, cuando Dios contempla el ejercicio
de la misericordia, reconoce allí inmediatamente una imagen de su piedad. No hay por
qué temer la disminución de los propios haberes con esas expensas, ya que la benignidad
misma es una gran riqueza, ni puede faltar materia para la largueza allí donde Cristo
apacienta y es apacentado. En toda esta faena interviene aquella mano que aumenta el
pan cuando lo parte, y lo multiplica cuando lo da.
Quien distribuye limosnas debe sentirse seguro y alegre, porque obtendrá la mayor
ganancia cuando se haya quedado con el mínimo, según dice el bienaventurado apóstol
Pablo: El que proporciona semilla para sembrar y pan para comer os proporcionará y
aumentará la semilla, y multiplicará la cosecha de vuestra justicia en Cristo Jesús, Señor
nuestro, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
Amén.
R. Dad y se os dará: * y se os echará en vuestro regazo una medida abundante, bien
apretada y bien colmada hasta rebosar.
V. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
R. Y se os echará en vuestro regazo una medida abundante, bien apretada y bien colmada
hasta rebosar.
Oremos:
Te pedimos, Señor, que las prácticas santas de esta Cuaresma dispongan el corazón de tus
fieles para celebrar dignamente el misterio pascual y anunciar a todos los hombres la
grandeza de tu salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Después de la oración conclusiva, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.